Habían pasado tres años del inicio de la Gran Crisis y parecía que el sistema retomaba con extraordinario esfuerzo el camino de la estabilización. Se notaba un ligero alivio social en la esperanza de que los mecanismos sociales que habían sido dañados iniciasen nuevamente sus funciones regenerativas. El optimismo era necesario para no caer en estados de depresión y angustia, pero esto mismo hacía que otros problemas de intensa magnitud quedasen alejados del pensamiento. Un análisis más detallado y profundo reflejaba con fuerte intensidad otra realidad que aunque distaba de convertirse en algo verdadero, no dejaba de ensombrecer el panorama del futuro inmediato.
Las bolsas mundiales pendían de un hilo que se podía romper en cualquier momento debido a la inestabilidad de los países productores de petróleo, que habían entrado en una espiral de violencia y guerras internas de incalculables consecuencias. Las potencias occidentales a su vez se vieron empujadas a intervenir para que la desestabilización de la zona no produjera una reacción en cadena que precipitara el caos por falta de recursos energéticos. Mientras tanto, las centrales nucleares de Japón lanzaban inmensas cantidades de partículas radiactivas al aire y al mar. Todo su sistema energético se agrietó debido a un potente maremoto cuyas olas consiguieron penetrar mucho tierra adentro. Aún quedaba un segundo terremoto justo bajo la misma isla que sería el inicio del mayor desastre mundial. Las costas de medio mundo sufrirían severas consecuencias al producirse montañas de agua superiores a los cincuenta metros de altura. Previamente el Sol lanzó su mayor convulsión de destellos que se conocen. Gran parte de la actividad tecnológica cesó y los satélites de telecomunicaciones dejaron de funcionar. Unos mantuvieron sus órbitas pero otros se precipitaron, descontrolados, al mar e incluso hubo varios que impactaron en zonas pobladas. Su material radiactivo causó muchas muertes y enfermedades. También otros satélites, impulsados por la onda de choque electromagnética fueron impelidos al abismo del cosmos. Con la estación espacial internacional perdieron el contacto a través de las telecomunicaciones y de modo visual. Simplemente se desvaneció.
Esto solo era el principio de la desgracia humana, pues desde varios meses atrás se tenían evidencias de un cometa y su séquito, formado por una avalancha de objetos espaciales que lo precedían y seguían. En las redes sociales se hablaba de su paso a gran distancia de nosotros con lo cual el peligro de impacto se descartaba. Yo siempre hablé de que dicho peligro no era en sí el mismo cometa sino su “cola”. Esta, conforme se acercaba al Sol se expandía millones de kilómetros como un rastro uniforme de consustanciaciones carbónicas heladas. Si nos rozaba, como presuntamente sucedió, toda esa “cola helada” nos envolvería como un hilo lo hace en un ovillo. A su vez el acelerador de partículas “LHC” que estaba activando su máxima potencia,  parece que produjo un campo electromagnético anómalo de gran intensidad que desvió de su rumbo a aquel sequito acompañante. Varios cientos de bolas incendiarias de hasta cien metros de diámetro penetraron la atmósfera terrestre e hicieron retumbar el planeta con atronadores estruendos que compungieron a todos los seres vivos. Estas bolas se propagaron por el cielo durante tres días en forma de lenguas de fuego y convirtieron el azul del día y la oscuridad de la noche en una antorcha desde la cual salían enormes rayos de extraños colores. Surgieron hasta rayos negros y verdes. Del cielo no cayó nada más en ese momento, aunque se supo que la capa de ozono se consumía como consecuencia de una combustión. Todo era exageradamente confuso y extremadamente contradictorio. La ciencia jamás se había enfrentado a una cosa así. Hasta tal punto era descorazonador lo que estaba pasando que la poca información que llegaba se refería a la estampida general de quienes habían ostentado el gobierno y el poder del Sistema. La mayor parte de ellos comenzaron a huir a refugios en lugares desconocidos por la gente común, que empezó a notar el fatal peligro y el abandono total. Hubo un caos previo pero al cabo de pocos días el mundo se llenó de una absoluta resignación con miradas que reflejaban el vacio de lo que se intuía como el siguiente acto…La actividad cotidiana dejó paso a una espera que no mostraba ni dolor ni angustia. Un total silencio nos acompañaba, tanto a quienes permanecían en sus hogares como a los que decidieron contemplar el previsible fin desde montañas y mares. Hasta la menor acción bélica cesó.
Recordando todo esto, nuevamente la interferencia que altera mi percepción aquí, me proyecta a ver imágenes, tal vez imaginarias, de ese otro mundo casi translúcido donde unos seres pequeños de no más de un metro de altura y enormes ojos negros oblicuos flotan al lado de una especie de robots de similar tamaño que acompañan a todos los humanos que caminan por amplias avenidas de material cristalino. Es una sensación como de virtualidad, de un mundo que no es de tierra o de la Tierra. Capto que la comunicación es directa, sin lenguaje específico, sin el lastre de las dudas o la lucha por algún tipo de supervivencia. No hay oscuridad ni sueño, ni cansancio, pero sí estrellas y mundos cercanos parecidos a la Luna y al Sol, pero estos están siempre ahí, presentes. Sus colores han cambiado y se amoldan a la configuración y apariencia de un cristal muy frágil. De momento solo veo una ciudad externamente como de cuarzo y gente con distintos colores de vestimentas pulcras y lisas que no forman grandes aglomeraciones. Van caminando sin prisas pero con decisión hacia alguna parte. Otros charlan de pié o sentados al lado de árboles frondosos de la misma textura que los enormes edificios. Todo da la sensación de irrealidad y realidad perfecta a la vez. ¿Hacia dónde van o de dónde vienen…?. Ya comenté que veía y reconocía a gente que está en la Gruta aún viva y a otros que ya no lo están, e igualmente me siento a mí mismo existiendo en ese lugar. Lo curioso es que todo el mundo es de mediana edad. No hay, que yo aprecie, niños ni jóvenes ni ancianos ni animales de compañía. Lo que sí capto son seres extraños de distintas morfologías, pero todos conectados de algún modo a todo lo demás. Los hay muy transparentes y estilizados. Nosotros, el colectivo más numeroso, somos los más palpables y visibles y en presencia de “ellos” quedamos en completo silencio tan solo percibiendo sus presencias. 
Tampoco llego a ver de momento qué es lo que hay tras la ciudad o el tipo de actividad que se lleva a cabo en ella, porque estas “visiones” no suelen durar demasiado tiempo y enseguida regreso a la realidad que quedó tras la hecatombe del ser humano….
 
